El país vive una creciente conflictividad política asociada a la polarización y a la diatriba constante entre los partidarios del gobierno y quienes lo adversan. En cierta medida esta conflictividad forma parte de la dinámica natural a las democracias, pero también posee facetas patológicas muy inquietantes. En particular, es preocupante el clima de negación del otro que tiende a generalizarse y que conspira contra las condiciones fundamentales para la paz y la integración a una misma comunidad.
No asumimos como paradigma la tranquilidad de los satisfechos ni del inmovilismo. Venezuela requiere transformaciones sociopolíticas profundas que pueden generar tensiones, las cuales no han de ser vistas como hitos de fronteras que no deben ser sobrepasadas. Aquí no radica el problema. Éste comienza cuando la definición e implementación de un proyecto político se plantea en términos que impliquen el desconocimiento de una de las partes del conflicto. El pluralismo político es esencial a la democracia y supone el reconocimiento del derecho del otro a propugnar ideas distintas o contrarias a las nuestras. No se trata simplemente de la obligación de tolerar (o soportar) el pensamiento ajeno, sino más bien de entender que la democracia se nutre de la protección de la diversidad ideológica.
En la Venezuela de hoy muchos descartan la posibilidad del diálogo. Desde los polos se dice que hay dos cosmovisiones enfrentadas, en pugna existencial e irresoluble por prevalecer, es decir, por vencer a la otra. No podría haber acuerdos que fueran más allá de lo meramente táctico o calculado, cual tregua en medio de una lucha que sólo puede cesar con la victoria. Sin embargo, no es difícil hallar buenas razones para poner en duda ese diagnóstico. Más allá de la unilateralidad de los discursos o medidas y de las mutuas descalificaciones, es posible identificar denominadores comunes a las opciones sociopolíticas de los venezolanos. La Constitución vigente es reflejo de estos valores compartidos.
Pese a que son muchos los temas en los que las diversas fuerzas políticas podrían encontrar convergencias, en el país se han ido cerrando las puertas del diálogo. A veces pareciera que cada una de las partes en la contienda prefiriera mantenerse en su reducto ideológico, apoyada en las zonas de mayor densidad de los principios que animan su actuación, para permanecer así segura en la rigidez de sus posiciones. Pues en contextos como los esbozados el diálogo honesto implica incertidumbres y disposición a la autocorrección. Sin embargo, los espacios para el encuentro políticos son imprescindibles. El diálogo es reclamado mayoritariamente por la población, además de responder a una exigencia del pluralismo democrático. Es doloroso ver a Venezuela sumida en luchas intestinas. Si evocamos la lección bíblica de Salomón y la modificamos para adaptarla a las circunstancias actuales, diríamos que la patria es un patrimonio espiritual común a los dos sectores en pugna y que a ninguno está permitido desmembrarla para imponer su visión de las cosas. Honrar la paternidad o maternidad obliga entonces a ceder en la unilateralidad de las aspiraciones o intereses de cada bando en aras del bienestar nacional.
Conviene aclarar que el diálogo del que hablamos no es el de los tibios o el de los neutrales. Tampoco nosotros pretendemos serlo. Por el contrario, es un diálogo que se hace tanto más apremiante cuanto mayor es la firmeza o radicalidad de las posturas discrepantes. Ello porque para un verdadero demócrata tan importante como la defensa de sus propias convicciones es la preservación del derecho de cada persona a tener las suyas y a hacerlas valer. Tanto en las filas del gobierno como en las de la oposición hay voces que han subrayado la necesidad de construir acuerdos pero ni unos ni otros han sido escuchados. Esperemos que se imponga la sensatez y que todos los actores, especialmente los que tienen altas responsabilidades públicas, propicien el diálogo democrático, el cual ha de estar orientado a solucionar los problemas concretos que sufren los ciudadanos y a fortalecer las instituciones. El diálogo ha de promoverse a todos los niveles: entre los dirigentes de organizaciones políticas o sociales y entre los propios sectores sociales. Mientras más tiempo transcurra en medio de la polarización y la descalificación más difícil será la búsqueda de puntos de entendimiento. No se nos escapa que la radicalización y la separación absoluta entre los factores políticos adversos pueden ser percibidas como útiles en términos tácticos o electorales por algunos de los contendientes, pero la historia no exculpará a quienes coloquen la conveniencia partidista por encima de los intereses supremos de la República.
Para la reflexión…
· Según un estudio de opinión elaborado por el IVAD en mayo de este año (Barómetro de Gestión y Coyuntura Política), un 86,8 % de los encuestados considera necesario el diálogo en el país.
· La coincidencia en las creencias o en la mentalidad de los venezolanos tiende a ser socialmente transversal, ya que no existen grandes diferencias en cuanto a las orientaciones actitudinales de la población que está viviendo en la pobreza y la que no lo está (Véase Luis Pedro España y otros, Detrás de la Pobreza, Caracas, UCAB, 2004, pp. 175 y ss.).
· La Constitución de la República Bolivariana de Venezuela establece un amplio marco para la convivencia plural, pues no consagra ni un capitalismo a ultranza ni un comunismo, sino un Estado democrático y social de Derecho y de Justicia, que ampara las libertades individuales y promueve la justicia social.
· Mensajes eclesiásticos de gran actualidad, como el Documento de Aparecida de 2007, ponen de manifiesto la significación de la reconciliación y de la solidaridad en las sociedades latinoamericanas: “La Iglesia tiene que animar a cada pueblo para construir en su patria una casa de hermanos donde todos tengan una morada para vivir y convivir con dignidad. Esa vocación requiere la alegría de querer ser y hacer una nación, un proyecto histórico sugerente de vida en común”.
Jesús M. Casal
Decano de la Universidad Católica Andrés Bello
No asumimos como paradigma la tranquilidad de los satisfechos ni del inmovilismo. Venezuela requiere transformaciones sociopolíticas profundas que pueden generar tensiones, las cuales no han de ser vistas como hitos de fronteras que no deben ser sobrepasadas. Aquí no radica el problema. Éste comienza cuando la definición e implementación de un proyecto político se plantea en términos que impliquen el desconocimiento de una de las partes del conflicto. El pluralismo político es esencial a la democracia y supone el reconocimiento del derecho del otro a propugnar ideas distintas o contrarias a las nuestras. No se trata simplemente de la obligación de tolerar (o soportar) el pensamiento ajeno, sino más bien de entender que la democracia se nutre de la protección de la diversidad ideológica.
En la Venezuela de hoy muchos descartan la posibilidad del diálogo. Desde los polos se dice que hay dos cosmovisiones enfrentadas, en pugna existencial e irresoluble por prevalecer, es decir, por vencer a la otra. No podría haber acuerdos que fueran más allá de lo meramente táctico o calculado, cual tregua en medio de una lucha que sólo puede cesar con la victoria. Sin embargo, no es difícil hallar buenas razones para poner en duda ese diagnóstico. Más allá de la unilateralidad de los discursos o medidas y de las mutuas descalificaciones, es posible identificar denominadores comunes a las opciones sociopolíticas de los venezolanos. La Constitución vigente es reflejo de estos valores compartidos.
Pese a que son muchos los temas en los que las diversas fuerzas políticas podrían encontrar convergencias, en el país se han ido cerrando las puertas del diálogo. A veces pareciera que cada una de las partes en la contienda prefiriera mantenerse en su reducto ideológico, apoyada en las zonas de mayor densidad de los principios que animan su actuación, para permanecer así segura en la rigidez de sus posiciones. Pues en contextos como los esbozados el diálogo honesto implica incertidumbres y disposición a la autocorrección. Sin embargo, los espacios para el encuentro políticos son imprescindibles. El diálogo es reclamado mayoritariamente por la población, además de responder a una exigencia del pluralismo democrático. Es doloroso ver a Venezuela sumida en luchas intestinas. Si evocamos la lección bíblica de Salomón y la modificamos para adaptarla a las circunstancias actuales, diríamos que la patria es un patrimonio espiritual común a los dos sectores en pugna y que a ninguno está permitido desmembrarla para imponer su visión de las cosas. Honrar la paternidad o maternidad obliga entonces a ceder en la unilateralidad de las aspiraciones o intereses de cada bando en aras del bienestar nacional.
Conviene aclarar que el diálogo del que hablamos no es el de los tibios o el de los neutrales. Tampoco nosotros pretendemos serlo. Por el contrario, es un diálogo que se hace tanto más apremiante cuanto mayor es la firmeza o radicalidad de las posturas discrepantes. Ello porque para un verdadero demócrata tan importante como la defensa de sus propias convicciones es la preservación del derecho de cada persona a tener las suyas y a hacerlas valer. Tanto en las filas del gobierno como en las de la oposición hay voces que han subrayado la necesidad de construir acuerdos pero ni unos ni otros han sido escuchados. Esperemos que se imponga la sensatez y que todos los actores, especialmente los que tienen altas responsabilidades públicas, propicien el diálogo democrático, el cual ha de estar orientado a solucionar los problemas concretos que sufren los ciudadanos y a fortalecer las instituciones. El diálogo ha de promoverse a todos los niveles: entre los dirigentes de organizaciones políticas o sociales y entre los propios sectores sociales. Mientras más tiempo transcurra en medio de la polarización y la descalificación más difícil será la búsqueda de puntos de entendimiento. No se nos escapa que la radicalización y la separación absoluta entre los factores políticos adversos pueden ser percibidas como útiles en términos tácticos o electorales por algunos de los contendientes, pero la historia no exculpará a quienes coloquen la conveniencia partidista por encima de los intereses supremos de la República.
Para la reflexión…
· Según un estudio de opinión elaborado por el IVAD en mayo de este año (Barómetro de Gestión y Coyuntura Política), un 86,8 % de los encuestados considera necesario el diálogo en el país.
· La coincidencia en las creencias o en la mentalidad de los venezolanos tiende a ser socialmente transversal, ya que no existen grandes diferencias en cuanto a las orientaciones actitudinales de la población que está viviendo en la pobreza y la que no lo está (Véase Luis Pedro España y otros, Detrás de la Pobreza, Caracas, UCAB, 2004, pp. 175 y ss.).
· La Constitución de la República Bolivariana de Venezuela establece un amplio marco para la convivencia plural, pues no consagra ni un capitalismo a ultranza ni un comunismo, sino un Estado democrático y social de Derecho y de Justicia, que ampara las libertades individuales y promueve la justicia social.
· Mensajes eclesiásticos de gran actualidad, como el Documento de Aparecida de 2007, ponen de manifiesto la significación de la reconciliación y de la solidaridad en las sociedades latinoamericanas: “La Iglesia tiene que animar a cada pueblo para construir en su patria una casa de hermanos donde todos tengan una morada para vivir y convivir con dignidad. Esa vocación requiere la alegría de querer ser y hacer una nación, un proyecto histórico sugerente de vida en común”.
Jesús M. Casal
Decano de la Universidad Católica Andrés Bello